El Puente Santa Fe, conocido actualmente como Paso del Norte, es mucho más que una simple estructura que conecta Ciudad Juárez con El Paso. Este puente ha sido testigo de innumerables historias, especialmente durante la época de la prohibición en Estados Unidos. En aquellos días, Juárez se convirtió en un refugio para aquellos que buscaban entretenimiento y libertad en un tiempo de restricciones al otro lado de la frontera.
Durante los años de la prohibición en Estados Unidos (1920-1933), Ciudad Juárez se transformó en un destino popular para los estadounidenses que cruzaban el puente en busca de diversión. Los bares y clubes nocturnos florecían en Juárez, ofreciendo un escape de las estrictas leyes estadounidenses. La ciudad se llenaba de música, baile y risas, mientras los turistas disfrutaban de la libertad de consumir alcohol y participar en fiestas que parecían no tener fin.
Entre las muchas historias de la época, una destaca especialmente. Se trata de los «runners» o corredores de licor, quienes desafiaban las autoridades estadounidenses para llevar alcohol de Juárez a El Paso. Estos audaces contrabandistas se convertían en leyendas locales, celebrados por su valentía y astucia. La historia de Tomás “El Gato” Hernández es una de las más conocidas. Se dice que «El Gato» utilizaba su conocimiento de los túneles subterráneos y rutas ocultas para transportar alcohol sin ser detectado, convirtiéndose en un héroe local.
Con la derogación de la Prohibición en 1933, el turismo en Juárez disminuyó temporalmente. Los bares y clubes nocturnos que habían florecido gracias a la demanda estadounidense enfrentaron tiempos difíciles. Sin embargo, la ciudad rápidamente encontró nuevas maneras de atraer a visitantes, y su reputación como un destino de entretenimiento perduró.
Con el paso del tiempo, el Puente Santa Fe ha sido renovado y adaptado para soportar el creciente tráfico vehicular y peatonal. A pesar de estos cambios, sigue siendo un símbolo de la profunda interconexión entre Juárez y El Paso. En 1929, el puente fue reemplazado por una estructura de cemento, y en 1967 se construyó uno más sólido para responder a las nuevas necesidades del tránsito. Hoy, este puente no solo facilita el comercio y el tránsito de personas, sino que también mantiene vivo el espíritu de conexión y cooperación entre las dos ciudades.
Juárez no es ajena a la visita de grandes celebridades. Existen leyendas urbanas de Elizabeth Taylor, Marilyn Monroe y Frank Sinatra sacudiendo la vida nocturna de esta ciudad, cuando la avenida Juárez era la antípoda a Las Vegas Boulevard: mucha luz neón y bares sirviendo los mejores daiquirís del mundo, así como la jurídica atracción de los divorcios exprés. Las estrellas del viejo Hollywood cruzaban el Río Bravo para divorciarse rápidamente, disfrutando de la vida nocturna y dejando historias que aún resuenan.
También Premios Nobel han pisado este desierto. Ernest Hemingway, el primer Nobel conocido en visitar Juárez, se hospedó en el Hotel San Antonio y frecuentaba cada noche la barra del Club 15. Aunque las historias de Jim Morrison manejando su Charger 65 por la colonia del Carmen y un enamorado Pablo Picasso maravillado en las dunas de Samalayuca rozan el límite de la leyenda urbana, alimentan el imaginario colectivo de una Juárez vibrante y llena de vida.
Uno de los pocos que dejó un testimonio tangible de su paso por Juárez fue Bob Dylan. El cantautor dedicó una canción a la ciudad en su álbum «Highway 61 Revisited». La canción, «Just Like a Tom Thumb’s Blues,» pinta una imagen oscura y poética de Juárez, hablando de las lluvias improbables, la desesperación y la decadencia. Dylan describe una ciudad llena de corrupción, drogas y prostitución, reflejando los aspectos más sombríos de la vida fronteriza.
El Puente Santa Fe, ahora conocido como Paso del Norte, es más que una simple infraestructura. Es un testigo silencioso de las historias de vida, aventuras y desafíos de aquellos que han cruzado entre Ciudad Juárez y El Paso. Desde los días de la prohibición hasta el presente, el puente ha sido un símbolo de la resiliencia y la conexión humana que trasciende las fronteras físicas. Las historias de personas como Tomás “El Gato” Hernández y las experiencias cotidianas de miles de residentes, mantienen viva la memoria de este icónico cruce fronterizo.